viernes, 12 de octubre de 2012

algunas notas sobre la porcelana

Durante el siglo XVIII, Buenos Aires, ya convertida en “Gran Aldea”, era un importante centro de contrabando al que llegaban productos de todo tipo, desde armas hasta limpiadientes y cerveza. La apertura del comercio de la mano de las reformas borbónicas se constituyó, en alguna medida, como una respuesta de la corona a esta situación.


Estos cambios en el abastecimiento se ven materializados en los conjuntos arqueológicos de la ciudad, entre ellos los del sitio Bolívar 373. En efecto, en las unidades B y C se observa una mayor diversidad en las materias primas y una mayor proporción de productos no-ibéricos respecto de lo que puede apreciarse en conjuntos de cronología anterior. Hacia fines del siglo XVIII, algunos productos importados que antes resultaban prohibitivos (por ejemplo el vidrio, la loza Creamware, los cubiertos…) ya se habían popularizado considerablemente.

El caso de la porcelana es uno de los más claros en este sentido. Hasta el siglo XVIII, la porcelana, todavía producida exclusivamente en Oriente, era un producto tan apreciado como costoso, el segundo en precio después de la plata. Las familias porteñas que podían acceder a piezas de porcelana eran escasísimas y, por lo tanto, la representación de este material en contextos arqueológicos del período colonial temprano es absolutamente excepcional.

Durante el siglo XVIII, el acceso a la tan codiciada cerámica se facilitó y cada vez más familias porteñas pudieron contar en sus ajuares con algunas piezas de porcelana china o europea.

Los repetidos esfuerzos europeos por imitar la fórmula oriental dieron sus frutos desde principios de dicho siglo, primero con la llamada “porcelana blanda” (realizada con ingredientes como el caolín, el vidrio molido, la saponita y el hueso molido) y luego con la porcelana dura, lograda por primera vez en Alemania por Johann Friederich Böttger. A partir de ese momento y con enorme rapidez, en toda Europa comenzaron a pulular las fábricas de porcelana. La mayoría de los establecimientos fueron posibilitados por el apoyo de las casas reales, es el caso, por ejemplo, de la fábrica de Claudius Paquier, en Viena, la Manufacture Nationale de Sèvres, en Francia, la de Capodimonte, en Italia, y la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro, en España.

En lo que respecta a los estilos, una de las variantes de porcelana más difundidas en el mundo occidental durante el siglo XVIII es la llamada “Imari”, comercializada principalmente por Holanda. Este estilo se caracteriza por la policromía, la gran profusión decorativa y el agregado de detalles por encima del esmalte. Los motivos más frecuentes son los florales, en los que se combinan tonos rojos, azules, verdes y dorados.  Otros estilos habituales incluyen flores de adormidera y demás motivos, divididos en paneles verticales, así como paisajes y escenas completas con pagodas, personajes y vegetación.

Fragmentos de porcelana hallados en las unidades B y C (s. XVIII) del sitio Bolívar 373 (C.A.B.A)